Cenamos en el restaurante en las dos ocasiones en que nos alojamos en el hotel. Dispone de unas 8 mesas solamente, pero no tuvimos problema en comer sin reserva previa. El entorno es muy bonito, como una placita dentro del hotel, lo cual incluye las molestias de los mosquitos. Lo primero que destacó negativamente fue la lentitud del servicio: la primera vez, unos 15 minutos entre que nos toman nota y sacan los platos; la segunda, debido a "un percance" nos tuvieron que atender entre la chica de recepción y la propia cocinera, con el caos consiguiente (no obstante, agradezco mucho el esfuerzo que hicieron ambas para sacar adelante una situación más que incómoda).
En cuanto a la comida, es bastante buena en general. Destaco las croquetas caseras (de pollo, costilla, gambas...): magnífica masa y fritas en su punto. También tomamos tartar de atún bastante bueno y ensalada de tomate de temporada con ventresca de atún (la primera vez exquisitos, la segunda vez normal y corriente). Pedimos también una tosta de sardina que nos gustó mucho tanto por el ahumado como por su jugosidad.
La relación calidad-precio es bastante buena y mi consejo es que merece la pena dar una oportunidad a este restaurante, eso sí, mentalizándose de que llevará un poco de tiempo.
Lugar con encanto para visitar, fuimos a cenar con un menú de fin de semana de 25€ por persona (entrante, principal, postre y una bebida).
Velada recomendable para ir en pareja, muy agradable.
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